Encontrarnos para pensar y crear Bogotá
Una ciudad es tan grande como amplio sea el pensamiento que la habita, y crece el pensamiento en la diversidad de visiones, de mundos, de cosmogonías que son capaces de encontrarse y convivir en las calles, los barrios, el territorio. Bogotá, es inmensa. En la vereda San Bernardino, en Bosa, entre casas de dos o tres pisos, inesperada entre el paisaje, hay una maloca. Es la maloca de la comunidad muisca de Bosa, más de cuatro mil ochocientos indígenas, más de mil familias, que han resistido allí, aprendiendo, pero sobre todo enseñando, sobre el encuentro de las culturas, la tradición y la memoria, la posibilidad de imaginar y pensar juntos una ciudad que comprenda la vida y el arte y el deporte y la creación con una mirada múltiple y poderosamente enriquecedora.
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La comunidad muisca de Bosa está allí desde hace muchos años, en 1999 fue reconocida por el Ministerio, con todo lo que eso significa de retador y de maravilloso. Entramos a la maloca de espaldas, aprendemos al escucharles de la importancia de recordar nuestro paso a la vida. Con una ceremonia purificamos las intenciones de nuestra visita, para que la conversación posterior sea más abierta, más dispuesta a escuchar (¡qué importante ese verbo en nuestro quehacer humano!). Nos hablan de sus costumbres y no podemos sino agradecer la apertura y el aprendizaje que permiten. También de la maloca se sale de espaldas, como un gesto de agradecimiento hacia el encuentro que dentro de ella se propicio. Estos gestos son muiscas y son bogotanos. En Bogotá somos la ciudad que recibe y aprende de todos quienes la habitan..
Seguimos hablando con las sabedoras, visitamos la Casa de Pensamiento Intercultural Uba Rhua, una casa cercana a la maloca donde la comunidad transmite a los niños la lengua y la tradición, donde se educa en el ser y en el habitar. De lo más bello es su apertura. No cierran las actividades sólo a sus miembros, permiten que cualquier niño y cualquier niña del territorio participe, y juegue, y cante, y baile, y pregunte, y comprenda. Que comprenda que Bogotá es infinita, que comprenda que el mundo es maravillosamente caleidoscópico, que comprenda que somos todos parte del mismo sueño, del mismo anhelo: una sociedad amable, cercana, capaz de confiar y honrar la confianza, capaz de propiciar espacios donde podemos mirarnos a los ojos y crear juntos.
Es en el encuentro donde reconocemos todo lo que la cultura es: patrimonio, memoria, posibilidad de imaginar, capacidad de conectarnos, también el reto que representa, también la invitación a pensar y a pensarnos. Pensar en los retos del presente, pensar en los aprendizajes del ayer, pensar en lo que todavía no hemos pensado y así encontrar caminos para seguir soñando. Una maloca, una casa del pensamiento. Bogotá está ahí, y estamos llamados a reconocer esa riqueza, y a integrarla en nuestra vida y en nuestro orgullo. Para seguir creando esta sociedad del siglo XXI, para seguir creciendo en cercanía, confianza y cultura, para seguir pensándonos. Para recordar, que en Bogotá, creación también se dice qysqua.