Para este experto mexicano, las casas de la cultura del presente y el futuro deben dialogar sobre la no violencia, resolución pacífica de conflictos, equidad de género, combate a toda forma de discriminación, ciudadanía cultural y política, promoción y práctica de derechos humanos y culturales, diálogos interculturales que permiten crear nuevas formas de producción simbólica y diversas formas y lenguajes de expresión artística, más allá de las tradicionales bellas artes.
José Antonio Mc Gregor Campuzano, el invitado internacional del Foro Casas de la Cultura, que organiza la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, ha tenido a su cargo diez casas de cultura en distintos municipios de México.
Es licenciado en Antropología Social con Maestría en Desarrollo Rural de la Universidad Autónoma Metropolitana, en ambos casos. En su larga carrera académica ha cosechado varios reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Antropología Social ‘Fray Bernardino de Sahagún’, en 1985, otorgado por el Instituto Nacional de Antropología e Historia. En 2018 le fue otorgado el Premio Nacional de Arte y Cultura ‘Mil Mentes por México’.
Se ha desempeñado como docente en más de diez universidades del país y del extranjero. Ha impartido múltiples conferencias, cursos y talleres a nivel nacional y en más de quince países. Tiene publicados, además, varios artículos en diferentes revistas y libros especializados, particularmente sobre temas vinculados a Identidad y Cultura, Promoción Cultural Comunitaria, Profesionalización de la Gestión Cultural, Políticas Culturales, Culturas Populares y Proyectos Culturales.
Trabajó desde 1990 hasta 2000 en la Dirección General de Culturas Populares y del 2001 al 2007 fue Director de Capacitación Cultural de la Dirección General de Vinculación Cultural del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes en ambos casos. Fue consultor de la UNESCO, asesor de la Alcaldía de Medellín, Colombia e invitado frecuente a cursos, seminarios y encuentros de la Organización de Estados Iberoamericanos.
Actualmente, es profesor en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Autónoma de Querétaro, donde ha desempeñado varios cargos.
Con Mc Gregor conversamos sobre los retos para el presente y futuro de las casas de cultura en Colombia y cómo podemos abrevar de la experiencia mexicana para la transformación que demandan estos espacios de encuentro comunitario.
José Antonio, estos tiempos de pandemia nos pusieron a prueba en muchos sentidos, incluida la cultura misma. ¿Qué siente que le aportó la cultura a estos meses?
La cultura nos ha salvado siempre. No solo en tiempos de pandemia, también en tiempos de violencia, en tiempos de un individualismo brutal, de un consumismo absurdo. La cultura siempre ha estado presente para dar rumbo. La cultura implica memoria histórica, continuidad a pesar de los cambios que se provocan en las identidades, porque en lo que antes creía uno, ahora ya no. Los valores que uno tenía han cambiado para bien y para mal. Identidades y cultura son un binomio fundamental. Por eso, cuando los gobiernos subestiman o menosprecian la cultura es porque tienen una visión muy restringida al ámbito elitista de las bellas artes o al ámbito instrumental de actividades de entretenimiento.
¿Cómo entender entonces la cultura en estos tiempos tan aciagos?
Siempre les propongo un ejercicio a mis estudiantes. Si le preguntas a alguien para qué sirve la agricultura, te dirá que para producir alimentos. ¿Para qué sirven los médicos? Para sanar. ¿Para qué sirve la cultura? Y muchos responden que sirve para entretener y pasarla bien un rato. Pero eso es solo una parte. La verdadera importancia de la cultura radica en que alrededor de ella una sociedad produce el rumbo de la vida. La cultura es espacio de diálogo, de reflexión. Un espacio donde --a diferencia de la política, donde si no eres de mi color estás contra mí-- sino eres como yo, ¡bienvenido! Porque la cultura enriquece, entiende que la diversidad genera vínculos.
Después de la pandemia, ¿cuál sería el principal reto que enfrentan las casas de la cultura?
Como en otros espacios culturales, lo que implica esta pandemia son nuevas formas de consumo cultural. La cultura es cotidiana, se vive a diario, se vaya o no al espacio físico del teatro. La pregunta es cómo prepararnos para que, una vez pase la pandemia, podamos regresar a los espacios culturales y aprovecharlos.
Por ahora, hacemos algunos Zooms, algunas conexiones. Pero muchos creen que dar una clase a distancia es lo mismo que presencial, nada más que mediado por una camarita. El vínculo académico que se genera en los talleres u otros espacios de formación virtuales no solo implica un formato distinto, sino un cambio de mentalidades y una manera distinta de vinculación. Entonces, ¿qué me va a ofrecer la casa de la cultura en el futuro? Las casas de la cultura del futuro necesitan de la reinvención de los gestores culturales.
Los gestores culturales estamos llamados a la transformación. Normalmente, nosotros diseñamos una oferta para que la gente la asista y la consuma. Pero cuándo le hemos preguntado a la sociedad qué le interesa en tiempos en que la gente está preocupada por su salud, que tuvo que aprender a abstenerse de dar un saludo de mano, un beso o un abrazo. En tiempos en que el otro es un potencial agente de contagio. En tiempos en que se piensa, ahora más que nunca, en médicos y enfermeras porque les resuelven una urgencia, una necesidad. Ahora la sociedad nos está preguntando a los gestores culturales, ¿y tú de qué sirves? Los gestores culturales estamos llamados a escuchar a la sociedad, dialogar con ella y preguntarle qué espera de nosotros, los gestores culturales.
¿Cómo funcionan en México las casas de cultura? ¿Qué tanto podemos aprender del modelo mexicano?
En México tenemos varios modelos de casas de cultura. En un extremo, están las que funcionan con el mismo modelo de la primera casa de cultura fundada en 1954. Clases de música, danza, pintura, con pocos alumnos. Si dependen del gobierno municipal, en quiebra. Algunas se arriesgan y cobran inscripciones, pero bajo ese modelo no van a sobrevivir dando clases de piano y ballet y les toca ofrecer clases de karate y hasta de inglés. Ese modelo clásico es obsoleto, no está en sintonía con lo que la gente hoy requiere.
Porque, así como las personas buscan el hospital buscando sanarse, buscando una solución en tiempos de pandemia, las casas de la cultura están llamadas en estos tiempos a ofrecer espacios donde la gente pueda expresar que padece de ansiedad, miedos y temores en medio de esta situación. La casa de la cultura entonces está llamada a ofrecer espacios para leer, para contarnos lo que nos pasa, para contarnos historias, sacar la guitarra y cantar boleros y que la señora recuerde el bolero con que la enamoró el esposo. Y luego un joven se sienta motivado a improvisar sus rimas de hip hop sobre coronavirus. Que sean casas del encuentro, casas del diálogo. Casas en las que no hay iluminados o cultos. Donde el encuentro provoca tranquilidad, nos ponen en un estado de armonía y convivencia. Casas que tengan además garantizado el cuidado y la salud de quienes acudan, sanitizado. Porque este contexto de pandemia va para largo.
Usted ha estado a cargo de 10 casas de cultura en su carrera como gestor cultural. ¿Qué lecciones le quedan de ese largo recorrido?
Que cada casa de cultura es un universo distinto, la idea de homogeneizar las casas de cultura tiene riesgos. En México, en los años 70 se hizo un plan de actividades para que todas las casas de cultura elevaran sus niveles de operación. Pero la idea es que cada casa de la cultura defina su propio programa, con su propio sello, con el color y la textura de la comunidad donde está inserta. Con los sabores y olores que hay en la comunidad. Debe ser un espacio desacralizado porque las casas de la cultura no pueden convertirse en espacios a los que solo accedan los iluminados.
Las casas de la cultura tienen enormes retos en cuanto a la configuración de su proyecto. Un proyecto que tiene que ser cada vez más profesional, bien estructurado, pertinente, viable, flexible, adaptables y de alto impacto social. Ese proyecto debe ser participativo y no hecho en el escritorio por un experto sino por la gente de la comunidad, en el que todos se sientan parte de su elaboración.
Uno de los talones de Aquiles de las casas de cultura es su sostenibilidad. ¿Cuál es entonces el mejor modelo de financiación para estos espacios?
He administrado casas de la cultura con maestros con sueldo. Eso es bueno porque trabajan con certeza. Pero en muchos casos son maestros que llevan 20 años dando clases de la misma manera. Y eso es un problema de la didáctica. He tenido otros casos donde la oferta rebasa las posibilidades de la casa de la cultura, entonces el modelo financiero apelaba a que la comunidad le pagara una parte al maestro y nosotros poníamos otra parte. Y con esa mezcla de fondos salíamos a flote. En todo caso, para que una casa de la cultura funcione, más allá de su tamaño, infraestructura, ubicación, lo que es sustantivo para su éxito o fracaso es su capacidad, formación y actualización de quienes son los responsables de estos espacios. Desde el director hasta los talleristas. Deben generar una forma de trabajar en que, además de que involucren a la comunidad, sea cada vez más profesional en investigación, en gestión, en metodologías para generar procesos de alfabetización estética, de alfabetización de mundos y lenguajes de la diversidad.
Infortunadamente, en muchos de nuestros países la designación del titular de la casa de la cultura muchas veces es el que estuvo en campaña con el Alcalde de turno. Y como a la hora de repartir puestos no queda nada, reparten la dirección de la casa de la cultura a cualquiera. Y con un líder así una casa de la cultura no va a funcionar.
¿Cómo se pueden involucrar las casas de la cultura en esos temas sobre los que hoy dialogan las nuevas ciudadanías: diversidad, cambio climático, derechos humanos, cultura ciudadana, nuevas masculinidades?
No puede pasar que en las casas de la cultura se hable solo de cultura y allá afuera de los otros temas que le importan a la gente. La cultura es la voz de la sociedad, la posibilidad de simbolizar, de traducir, de darle estructura simbólica y comunicativa. Las casas de la cultura del presente y el futuro están llamadas a dialogar sobre la no violencia, resolución pacífica de conflictos, equidad de género, combate a toda forma de discriminación, ciudadanía cultural y política, promoción y práctica de derechos humanos y culturales, diálogos interculturales que permiten crear nuevas formas de producción simbólica y diversas formas y lenguajes de expresión artística, más allá de las tradicionales bellas artes.
Este Foro de Casas de Cultura servirá para discutir la necesidad de una política pública de casas de cultura en Colombia. ¿Cómo ha vivido México ese proceso?
En 2013 nos reunimos en México gestores culturales, funcionarios, artistas y una gran diversidad de actores para definir los desafíos de las casas de cultura a nivel nacional y cuáles eran las propuestas. Y una de las propuestas fue crear dentro de la Secretaría de Cultura (para el caso de Colombia, Ministerio de Cultura) una coordinación nacional de casas de cultura, articuladora de esfuerzos y programas y recursos con todos los órdenes del Gobierno para permitir su operación y desarrollo. En ese encuentro definimos las funciones de esa oficina de coordinación.
También participé en la creación del Programa Nacional de Desarrollo Cultural Municipal, que duró 18 años. Lo que hicimos fue crear un fondo de recursos administrados por ciudadanos que representaban la diversidad cultural de cada municipio. Y a partir de esos recursos ese consejo ciudadano diseñaba y echaba a andar distintos proyectos. Y se planteaba también la creación de un fondo nacional de apoyo a las casas de cultura.
Pero, ¿cuenta México en este momento con una política pública de casas de cultura?
No. Las casas de la cultura, como espacio local, tienen una gran vocación y posibilidades si se renuevan sus mecanismos de vinculación con la comunidad. Si Colombia está interesado en diseñar una política de apoyo a las casas de cultura, enhorabuena si la logran. En México nos dará mucha alegría. Porque nosotros no lo logramos y no lo haremos en mucho tiempo. Las casas de la cultura en México están desarticuladas, sin recursos y sobreviviendo de manera muy precaria. Por eso, necesitamos nuevas fórmulas y nuevos esquemas.